
Me despierto hora y media antes de que suene el despertador. Si despertar es, esa sensación de encontrarse arrojado por la marea dela existencia a la playa gris del mundo material, el que lo revuelquen a uno sus olas mientras uno decide si está despierto o no, mientras uno se va materializando en esa habitación en calma y penumbra; los sueños que soñaba hace unos minutos se los ha llevado la marea que me trajo aquí, la corriente de pensamientos e imágenes -como aquella de Herman Hesse de que nuestra existencia es un pequeño y breve fogonazo de luz, por única vez en la inmensa oscuridad infinita del universo -y el colofón de que el cono de luz que generamos y que ilumine esa penumbra es tan, tan pequeño, aunque cumulativo, uno espera, con todos los otros pequeños conos de luz de los otros humanos- ideas desconectadas que cruzan por el teatro de mi mente como si no se hubieran generado alli, como si estuvieran apenas de paso.
Y si, mientras me cepillo los dientes, tomo el primer café, reviso mi email, todo aquello se va deshaciendo y desbaratando, una vez mas, quizás hasta la próxima noche, el próximo momento de revelación seguramente ilusorio.